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Votos por la popularidad




por Ricardo Milla Toro

El viernes pasado no alcanzaron los votos para vacar a Vizcarra. Se vio claramente cómo los congresistas cambiaron su voto de estar a favor a estar en contra. Una lectura que se hace de este evento es que los congresistas optaron por la institucionalidad. Hagamos una lectura alternativa.

Lo que ocurrió en esta crisis política es el develamiento de una pugna entre clases empresariales: la clase de la gran empresa (apoyada por Vizcarra) y las clases de la empresa provinciana y de la pequeña empresa (apoyada por bancadas del Congreso). Si aceptamos la existencia de estas luchas de clases, podemos comprender el cambio de voto efectuado. Este se debió a un cálculo político: lo popular.

Los días de la semana pasada, mientras pasaban, el ánimo para vacar a Vizcarra se iba desinflando poco a poco. Esto porque la población en su mayoría se inclinó a apoyar al presidente. Además, la teoría del Ejecutivo de que se estaba llevando a cabo un “complot” y una “conspiración” para efectuar un “golpe de Estado”, hizo que la población considerara como “golpistas” a quienes voten a favor de la vacancia. Los congresistas se dieron cuenta de esta realidad y no iban a hipotecar su imagen votando por una medida impopular.

Así, los congresistas no votaron por la defensa de la institucionalidad, sino por quedar bien ante el pueblo.

Los parlamentarios deslizaron adjetivos como corrupto, mentiroso, etc., contra Vizcarra, pero votaron en contra o se abstuvieron. Esta esquizofrenia se explicaría por el miedo a ser considerados golpistas.

Al final la estrategia del Ejecutivo de inventar el cuento del “golpe” funcionó. No dieron ninguna prueba, pero los medios de comunicación se plegaron a esa denuncia.

Por lo tanto, no solo tengamos en cuenta de que el presidente está bastante deslegitimado para gobernar, sino que el Congreso ha demostrado una vez más que no le importa la ciudadanía sino el apoyo que le pueda dar esta.

Al tratarse de una lucha entre las burguesías, estas han decidido resguardarse las espaldas, negociando otra vez para favorecerse a sí mismas y no para cambiar las condiciones de la clase trabajadora y clases oprimidas. Solo estas clases abogarían por sus intereses, pero no tienen el poder. Queda al descubierto la urgencia constante de lograr la organización de estas clases en un partido que pueda concretizar esos intereses de clase.

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